Miré mis manos, resplandecían, brillaban como lo hacía el día, desde la ventana que dejaba ver el horizonte.
Mi sonrisa volaba y se escapaba por cada rincón, corría e iba dando grandes saltos huyendo de mi cara.
Esa brisa cubriendo mi cuerpo, dándole cobijo y levantándolo hasta hacerlo sentir etéreo. Y una cortina que se movía al ritmo del latido de mi pálido corazón.
Es todo lo que recuerdo del día en que morí.
Mónica Galanes
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