Y bajo aquel pelo, decolorado por el paso de los años, yacía una gran mujer. Alguien que un día había luchado por sus ideales, había levantado un imperio con sus delgaduchos dedos y su cara de porte serio.
Allí descansaba la madre, la abuela, la hija y la hermana, la que no dio nunca amor porque no sabía, la que vivió la vida para crear sin saber para quien.
Dejaba tras sus pies riqueza, arte e indiferencia, en un ambiente hostil, como las espinas de la rosa que portaba entre sus manos, las que nadie se preocupó de quitar, porque no había nadie.
Mónica Galanes
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