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martes, 11 de agosto de 2015

Adiós para siempre

Cuando la niebla al fin desapareció pude ver el cielo. Era inmenso, brillante. El aire puro llegó a mis pulmones tan rápido e intenso como el barco mercante que regresa buscando a su dama en el puerto.
En los ojos aún quedaban restos de las gotas saladas, aquellas producidas por la angustia de saberse engañada, abandonada.
Pero ya nada podía herirme, ahora era el momento de saber cual era mi dicha. El momento de mirar al frente y con una sonrisa decirte adiós, adiós para siempre.


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