Pensativa, hambrienta y agotada por el calor típico de un agosto Mediterráneo.
El abanico marcaba las horas y su esperanza se consumía mirando aquel viejo teléfono. ¡Maldito teléfono! Una vez mas había quedado mudo.
"Sabes que no volverá", se decía entre dientes. "Sabes que ni siquiera piensa en ti". Y así, el sudor y las lagrimas se hicieron uno mientras caía rendida a los pies de su esperanza.
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